Gerardo no tiene que inventarse la reunión de última hora; ni Luisa, su esposa, la visita a una tía enferma en un pueblo aledaño para encontrarse, cada uno por separado, con sus amantes y pasar la noche en un hotel, si la cita acordada promete ir más allá de las caricias y los besos.

Hablamos de las parejas abiertas, esa invención que legó la revolución sexual de los años sesenta, y que todavía hay algunos atrevidos la practican sin temor a poner en peligro su estabilidad familiar.

En apariencia, el asunto promete ser muy sencillo. Una pareja, casada y hasta con hijos, acuerda que puede mantener relaciones íntimas fuera del matrimonio, con el pretexto de enriquecer la confianza mutua y su vida afectiva.

Lo único que ambos se piden es libertad en el plano sexual, sin perder los beneficios de su unidad marital.

No es nada nuevo, responde Leopoldo Salazar, psicólogo y consejero matrimonial, quien afirma que cerca de 60% de las parejas en el mundo admiten ser o haber sido infiel, aunque sea en un instante. Es natural que en algún momento de nuestra vida conozcamos a alguien que nos atrae de forma física, y que nos impulse a echar una canita al aire, tanto en hombres como en mujeres, afirma.

El consejero entiende que, la mayor parte de las veces, cuando esto sucede la pareja podría estar pasando por un mal momento, pero advierte que no es esa la única razón porque se puede ser infiel y no tener ningún problema de pareja.

Probar del plato ajeno

Pero está claro que lo que motiva a Gerardo y Luisa es que han decidido establecer un tipo de relación paralela, tal vez en busca de sexo o una mezcla de sexo y afecto. De modo que cada pareja pacta sus condiciones. Lo primero es no informar al otro de sus aventuras y no convertir la relación con el amante de ocasión en práctica reiterada, a no ser que estén buscando excusas para terminar en el divorcio.

Las parejas abiertas cubren una franja del diverso mundo de eso que llaman amor y que no contempla relaciones cerradas, ni la monogamia sucesiva ni la infidelidad. Lo que se busca es vivir sin culpa y sin castigo cuando se mantiene otras relaciones sexuales o afectivas sin renunciar a la pareja. Salazar, sin embargo, no está convencido y no le ve futuro a esa práctica. “Lo digo, no por mojigatería ni mucho menos, sino porque siempre habrá excusas para las comparaciones, y en el momento menos esperado se resquebraja la confianza mutua, sobre la cual se basan las uniones de parejas, tanto heterosexuales como homosexuales”.

Los riesgos o las dificultades que tienen que afrontar las parejas abiertas no son pocas, y aunque una de las cláusulas habituales en los contratos de las relaciones abiertas es que no está permitido enamorarse de otra persona, o por lo menos enamorarse con más intensidad. En realidad todavía no se ha podido inventar la pastilla que lo impida. Así que uno de los grandes riesgos que existen en este tipo de relaciones son los celos. Por eso hay parejas que admiten las relaciones sexuales ocasionales pero no las duraderas, y establecen la norma de ser siempre sinceros y contarse acerca de las otras parejas. Otras prefieren no saber nada.