El gabinete, ese lugar “neurálgico” en un hogar es más que un almacén de alimentos y productos de cocina. Podríamos ver el gabinete como el punto de partida del día a día y la productividad de los miembros de la familia.

En el gabinete están varios de los ingredientes para preparar un buen desayuno para iniciar con energía y entusiasmo. En solo horas volverás a abrir las puertas para ver con qué cuentas para preparar un almuerzo sólido y una cena agradable que compartirás en familia en un momento más íntimo y sosegado.

Pero ese gabinete es mucho más que el punto de origen de sazón y sabor. Indirectamente desde ahí surgen ideas de cómo “administrar”, cómo vamos a interactuar con nuestros compañeros de labores y si eres supervisor o jefe, toda tu creatividad, responsabilidad, productividad y hasta relaciones con otras empresas.

Sin embargo siendo tú el jefe o jefa del hogar eres responsable de lo que guardas en ese gabinete, de administrarlo y que no falte nada nutritivo y saludable porque a la corta o a la larga afectará positiva o negativamente tu entorno y el de los demás. Aunque no lo creas la salud física y mental, la seguridad, la productividad y tus planes de futuro y de los tuyos están en cierta forma ligados a ese gabinete.

Un buen día por dejadez, vagancia, ignorancia, falta de capacidad, inmadurez y hasta ineptitud dejaste de cuidar tu gabinete. Se dañaron algunas bisagras, las tablillas y hasta algunas polillas comenzaron a perforar la madera y le diste largas. Arreglarlo no era tu prioridad. Estabas inmerso en tu mundo, en tu prisa y en tu yoísmo.

Comenzaste a llenar tu gabinete de productos al más bajo precio, algunos con cercana fecha de expiración. Total, para eso están los locales de comida rápida y, si cuentas con el presupuesto, por qué no ir a restaurantes y pedir a la carta.

Sabías que el gabinete necesitaba reparaciones y que es importante surtirlo con mejores productos que no necesariamente son costosos. Pero un amigo o amiga te dijo que aquello o lo otro era mejor marca y lo compraste para no volver a mirar si valía la pena la inversión en él. Pronto comenzaron a cogerte de tontejo.

Y mientras te hacías de la vista larga la polilla devoraba el gabinete. Día a día la situación empeoraba pero tú, testarudo, lo dejabas para después sin reconocer tus errores responsabilizando a los demás. Un buen día sacaste con coraje la mayoría de lo almacenado para sentir que habías tomado acción. Pero quienes te visitaban, tus familiares más cercanos, tus vecinos y amigos te habían advertido que ese gabinete se iba a caer. Te aconsejaron además que los productos almacenados no eran los mejores y que te ibas a enfermar.

Tu temperamento cambió, comenzaste a tomar decisiones erradas, tu forma de administrar era equivocada y tú bolsillo comenzó a afectarse. Ahora era cuesta arriba arreglar el gabinete. Las polillas lo habían consumido y se habían dispersado por el resto de tu hogar consumiendo todo a su paso. Entonces el gabinete cayó y con él, lo poco bueno que había.

Con la caída se afectó tu calidad de vida, la de tu gente y la de tu hogar. Te molestaste con los vecinos y los amigos y terminaste arrastrando a los demás. Ahora tendrás que invertir mucho en reparaciones para darle valor a tu hogar. O venderlo a un nuevo dueño.

Sí, todo comenzó hace mucho tiempo pero miramos para el lado y no supimos administrar, no tuvimos visión, no supimos invertir, nos negamos a corregir y no fuimos capaces. Entonces se nos cayó la casa encima.