Apia. Samoa, una de las naciones insulares del Pacífico más expuestas a los efectos de la crisis climática, trata de mitigar las peores consecuencias, que incluyen mareas extremas, subida de las temperaturas, deterioro de la vida marina y más catástrofes meteorológicas.

Aún no son las 7 de la mañana y el sol ya golpea con fuerza en el pueblo de Tuanai, cuando Maria Satoa, experta del Ministerio de Recursos Naturales, se monta en una pequeña lancha motora y navega hasta que ve dos pequeños postes que emergen de estas aguas poco profundas del Pacífico.

Sirven para señalar el punto en que han creado un vivero de corales: un proyecto experimental con el que quieren comprobar si es posible repoblar los fondos marinos alrededor de esta isla de Upolu, que en unas décadas han pasado de ser una explosión de vida y de color a convertirse en un páramo blanquecino en los que ya no prende la chispa de la vida marina.

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Satoa se coloca sus gafas de buceo y salta al agua para observar a apenas dos metros de profundidad las estructuras metálicas de distintas formas instaladas desde junio del pasado año en un programa financiado por la Unión Europea para tratar de revivir los maltrechos arrecifes de la isla.

En 2018 investigadores de la Fundación Tara analizaron los corales en 124 puntos de la isla, con una hipótesis: en una isla tan apartada, poco poblada y sin apenas contaminación, la salud de los corales sería mejor que en otros lugares más expuestos.

Los resultados fueron devastadores: en la mitad de los puntos investigados quedaban vivos menos del uno por ciento de los corales y en el 80 por ciento había menos de un 10 por ciento de corales con vida.

“La mayoría de los corales de la isla están muertos o blanqueados”, dice Satoa cuando sale del agua y enumera algunas de las causas para este fenómeno: la subida de la temperatura de las aguas (1.2 grados en 40 años), la mayor acidez del agua por el aumento del dióxido de carbono, los ciclones cada vez más fuertes o la contaminación.

Atardecer en una playa de la isla de Upolu, en Samoa. Samoa, una de las naciones insulares del Pacífico más expuestas a los efectos de la crisis climática, trata de mitigar las peores consecuencias, que incluyen mareas extremas, subida de las temperaturas, deterioro de la vida marina y más catástrofes meteorológicas. EFE/ Eric San Juan
Atardecer en una playa de la isla de Upolu, en Samoa. Samoa, una de las naciones insulares del Pacífico más expuestas a los efectos de la crisis climática, trata de mitigar las peores consecuencias, que incluyen mareas extremas, subida de las temperaturas, deterioro de la vida marina y más catástrofes meteorológicas. EFE/ Eric San Juan (Eric San Juan)

Todas las semanas, Satoa y su equipo acuden al lugar para ver su estado, limpian los corales de polvo para que puedan absorber bien la luz solar y se aseguran de que todo está en orden. El objetivo es ir trasplantando estos corales a arrecifes marchitos alrededor de la isla y tratar de revivirlos.

En algunas de las estructuras metálicas instaladas comienza a florecer la vida, se van desplegando corales, que favorecen la aparición de algas y de peces: un resultado esperanzador que les anima a seguir adelante con el proyecto.

Subida de las aguas

Los corales no solo importan por su valor ecológico: afectan a la pesca (uno de los pilares de la economía junto al turismo y las remesas del extranjero), y también sirven de protección contra el oleaje, los ciclones tropicales y las mareas extremas que sufre el país, llamadas “mareas rey”.

Estos fenómenos se han visto exacerbados por el impacto de la subida del nivel del mar, 12 centímetros desde 1993 (por encima de la media planetaria), a lo que se suma el problema de la subsidencia, que hace que la tierra se hunda unos pocos milímetros todos los años.

“Debido al terremoto que sufrimos en 2009 la tierra empezó a sufrir subsidencia unos ocho milímetros cada año. Eso hace que los problemas de las mareas reinas sean mayores, los destrozos del agua son mayores. El año pasado sufrimos una de las peores que recordamos”, explica Silipa Art Mulitalo, experto del Instituto Meteorológico, que rememora los destrozos en casas y carreteras.

A diferencia de otras naciones del Pacífico, como Tuvalu, Samoa tiene la suerte de ser un archipiélago montañoso, en el que se podrá seguir viviendo pese a la subida del nivel del mar, del que muchos de sus 218,000 habitantes empiezan a alejarse.

Éxodo al interior

Las antaño cotizadas zonas costeras son abandonadas por las zonas altas del interior, al abrigo de los embates del mar, aunque con menos acceso a recursos básicos.

“Los que se mudan no tienen acceso a las riquezas del mar, pero pueden tener cultivos”, explica Irasa Manala, responsable de la División de Operaciones Urbanas, en uno de los poblados que han ido creciendo en los últimos años en una zona alta de la isla de Upolu y al que es difícil abastecer con agua potable.

Aunque algunos samoanos comiencen a alejarse de él, Samoa no se entiende sin el océano que lo rodea y de cuya salud depende también el futuro de la isla, como declaró recientemente la primera ministra, Naomi Mata’afa.

“El océano es el alma de la mayoría de nuestros países”, declaró en un discurso este año como líder de la Asociación de Pequeños Países Insulares, a quienes representa en la conferencia climática COP 28 de Dubái.