Reconozco que gozo de un privilegio que pocos ciudadanos comparten: el tener la oportunidad de expresar mi opinión en un periódico de publicación masiva.

Por lo general, escojo aprovechar este espacio para educar sobre temas relacionados con nuestro hermoso idioma español. Lo hago porque me apasiona el tema y porque siento que hay una población inmensa que comparte ese mismo amor por nuestro lenguaje.

Pero hoy… me voy a desviar.

Hoy me pongo el sombrero de ciudadano indignado para hablar en nombre de los cientos de miles de puertorriqueños que estamos cansados del servicio a medias, a precios de lujo, que recibimos de la empresa Luma.

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Me provoca el hecho de que llevo dos días sin luz, en un llamado ‘bolsillo’, viendo cómo mi compra del fin de semana se va deteriorando y pudriendo, lentamente, ante mis ojos.

Me provoca que esto no es un caso mío, aislado, sino que ocurre constantemente, con mis compatriotas, en todo el país.

Me provoca, más que todo, la incapacidad del llamado ‘servicio al cliente’ para dar respuestas concretas, consistentes y verdaderas de lo que está pasando.

Me provoca la aparente indiferencia y falta de empatía con que la empresa responde a la realidad del ciudadano que está a oscuras, sin información, sin esperanza.

Me provoca el colmo de la cuenta de luz, con tarifas que rompen récord a nivel mundial por su excesivo costo.

Sé que el problema eléctrico del país es mucho más complejo y complicado de lo que nosotros, los meros mortales, podemos entender. No culpo a Luma del sistema prehistórico, decadente y obsoleto con el que contamos. Este problema les precede, estoy claro.

De lo que sí son responsables es de ofrecer información clara a los afectados. Estar sin luz es una cosa, pero no saber qué está pasando y hasta cuándo, es peor.

Más que todo, deben ser responsables de la comunicación asertiva, de la gestión efectiva, del servicio de excelencia al cliente. Nosotros, los ciudadanos que pagamos caro por este servicio, merecemos un trato digno.

Nos sentimos a oscuras, no solo por la luz que no nos alumbra, sino por la comunicación defectuosa que recibimos.

“Se está trabajando con el asunto”, nos repiten por teléfono.

Ese uso del gerundio (“estamos trabajando”) es un fantástico recurso lingüístico para la ambigüedad, para dar la impresión de que se ofrece un dato, una información, cuando, en realidad, no se está diciendo nada.

Y esto, que quede claro, no es culpa de las personas que nos atienden al otro lado de la llamada. Ellos son empleados, víctimas también de un sistema ineficiente, que solo pueden dar la información que conocen, con las limitaciones de la empresa misma.

Luma tiene que mejorar su comunicación. No nos pueden dejar a oscuras, literal y figurativamente, sin luz y sin información confiable.

Hace un tiempo estuve por España y hablaba con un madrileño sobre la situación eléctrica del país. Cuando le dije que en Puerto Rico se iba la luz todo el tiempo, el español no entendía lo que yo le decía.

“¿Cómo que se va la luz?”, me preguntaba.

“Pues que se va, que no hay luz, que nos quedamos a oscuras, sin electricidad, ¡caput!”, le explicaba.

El concepto era ininteligible para él, porque, según me contaba, en Madrid no ocurría eso en décadas. ¡Imagínense!

Así que, Luma, óyenos bien: todos nosotros, sus clientes, exigimos luz. En lo que resuelven el desastre eléctrico del país, por lo menos denos la otra luz: la de la comunicación telefónica certera, precisa, verdadera, confiable.

En buen español: ¡No nos dejen más a oscuras!