El puertorriqueño tiene arraigado su lamento borincano. Nos gusta quejarnos. Pareciera ser parte de nuestro ADN. No es de ahora, es de siempre.

Usted revisa los viejos periódicos y encontrará infinidad de temas que se repiten. Cuando entro a los archivos de “Noticentro”, es lo mismo. Es más, hasta el cancionero popular registra esta tendencia.

Claro ejemplo, es la vieja canción de la orquesta de Tommy Olivencia con un joven Gilberto Santa Rosa, entonando el estribillo de “¡cómo sube la gasolina!” del 1979.

Es así como “la piña está agria”, “la cosa está mala” o “en estos días no se puede vivir”, las repetimos como en automático.

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Sin embargo, hoy les voy hablar de un ejemplo de “un vaso medio lleno” en lugar de “medio vacío”.

En Puerto Rico, la violencia, así como el crimen, es de las mayores preocupaciones. Nos escandalizan feminicidios, asesinatos de adultos mayores y crímenes en general. Pareciera que vivimos en estado de sitio.

Pero en ocasiones, estas son noticias amplificadas por lo morboso que resultan. Se tienen que reportar, ocurren, pero no estamos en unos niveles de violencia epidémica.

Aquí el ciudadano decente domina la calle. En una gran mayoría nos sabemos comportar. Tomemos de ejemplo el pasado fin de semana.

Daddy Yankee, uno de nuestros artistas internacionales de mayor renombre, efectuó cinco conciertos en cuatro fechas. El Coliseo José Miguel Agrelot estaba tepe a tepe. Se podía apreciar público hasta en el palomar, donde se cambian las bombillas. Todo transcurrió en normalidad. Allí se bailó, se brincó, se comió y se bebió, en total armonía.

En las afueras, parecía una feria mientras disfrutaban de un colorido espectáculo de “drones” que armonizaban mensajes y figuras en el cielo nocturno.

En la zona del Coca Cola Music Hall, Pedro Capó efectuaba otro concierto con el grupo Jarabe de Palo, completamente abarrotado. En las afueras, en la llamada plazoleta, se efectuaba un torneo internacional de 3x3 de viernes a domingo. Un evento lleno a totalidad. Tampoco hubo incidentes violentos.

La Navidad se encendía el viernes en Bayamón y el sábado en Carolina. Los lugares seleccionados aglomerando gente en cantidad y en todos se vivió un ambiente festivo. Fiestas privadas a granel en toda la zona metro. En fin, miles de personas en la calle. Festejando la Navidad en familia o con amistades.

Todo esto es motivo de alegría. Así debería ser siempre. Nuestra gente se sabe comportar, pero lamentablemente, el ruido que provocan los incidentes violentos nos invade. Es así como se recurre a ese ADN pesimista para justificar nuestros miedos.

Aquí se puede festejar y se debe festejar. Las calles son de nosotros, los que nos sabemos comportar. Así que vamos aplaudir, pues este fin de semana no nos dejamos vencer por el pesimismo. ¡Qué vengan muchos más!