Llegar a Colonia, Alemania, fue para mí cumplir un sueño de mucho tiempo. Esta ciudad de dos mil años de antigüedad alberga una urna, en la cual están depositados los restos de los Reyes Magos o los Sabios de Oriente. Desde el momento que tuve conocimiento de la existencia del relicario medieval bañado en oro, que –alegadamente- guardaba estos restos, mi visita a esa ciudad permanecía entre mis anhelos.

Mi viaje de vacaciones navideñas incluía una parada allí. Así que se me hizo fácil tomar la decisión de lanzar a mi familia a esa aventura por el río Rin. Llegamos el sábado, 23 de diciembre en antesala al día de la Noche Buena. Colonia estaba alborotado.

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No era para menos, era el fin de semana antes de Navidad y último día de los mercados navideños. Estos centros de actividad comercial albergan artículos de temporada y, aunque muchos son llamativos, debo admitir que nuestros artesanos puertorriqueños le dan “mano y muñeca” a esos europeos.

No hubo nada que me deslumbrara. Sí me sorprendió la poca oferta de talla o artículos elaborados en madera. Contrario a cuando usted, acude a nuestras ferias de artesanías. Estos mercados no son eso. Usted encuentra adornos navideños de todo tipo, comida típica y hasta un poco de joyería.

Eso sí, las casitas de barro están chulísimas. Retratan fielmente los detalles de las casas de la región y se iluminan con bombillas LED para resultar más llamativas. El ambiente es alegre, pero no de jolgorio. En la mayoría de los mercados, usted no encontrará música estruendosa.

En el de Colonia, sí nos topamos con una tarima y una banda que ejecutaba villancicos así como canciones navideñas. Los principales mercados navideños se establecen en los alrededores de las catedrales de las ciudades así como iglesias.

La Catedral de Colonia es impactante. Dos agujas gemelas presentan su estilo gótico y está rodeada de cierto misticismo pues su techo en forma de bóveda pudo resistir los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad casi fue reducida a escombros mientras la Catedral se mantuvo erguida con uno que otro rasguño.

Así que no es de extrañar que Colonia sea hoy día la diócesis católica más grande e importante de toda Alemania. Su interior es amplio y sus vitrales son vistosos además de brillantes.

Llegué a la zona del altar mayor de la catedral, una que resultaba amplia pero bastante sencilla. El espacio abierto se engalana con la profundidad que propicia un Cristo crucificado y justamente debajo, aparece el sarcófago dorado totalmente iluminado. Era toda una experiencia visual apreciar la metáfora de ver como los Sabios de Oriente seguían postrados ante el redentor.

Mi corazón latía aceleradamente, pero llegó un momento de decepción. Los sábados son días de confesiones y las cámaras diseñadas para ese servicio están justamente detrás del altar, lo que quería decir, que el relicario no estaba disponible para los visitantes.

Un frío recorrió mi espalda. La sonrisa se fue de inmediato ante la realidad de que no podría llegar a la ansiada urna. Así que fue una victoria parcial. La tristeza me delataba. Había demorado mucho por ese momento y tendría que conformarme con esa probadita.

Mi esposa Glenda siempre me ha recriminado pues dice que soy muy “jodón” pidiendo a nuestros políticos pruebas fehacientes de cualquier cosa que dicen, pero que soy muy “ligerito” a la hora de dar por cierto la existencia de los restos de los Reyes Magos en la urna de Colonia o la tumba de San Pedro en las Catacumbas del Vaticano.

Puede ser. Lo cierto es que ella todo lo pone en duda y podría no estar lejos de la realidad. Las reliquias religiosas se pusieron de moda en una época donde el fervor llevó a muchos a buscar los restos de todo lo que estuviera relacionado a Cristo. Así fue con los clavos. Así fue con la corona de espinas. Así fue con el cáliz de la última cena.

Es por ello que tenemos distintos lugares que reclaman que tienen mucho de estos artículos, sin que se pueda determinar a ciencia cierta su relación con el hijo de Dios.

Con los Reyes pasa lo mismo. No se sabe con certeza si fueron tres. No se sabe con certeza sus nombres aunque todos damos por cierto que fueron Gaspar, Melchor y Baltasar. Sólo en el evangelio de Mateo se narra su historia, pero se habla de tres regalos y no del número de adoradores que llegaron a Belén.

Los Reyes no son santos reconocidos por la iglesia aunque aquí en Puerto Rico, ya le decimos los Santos Reyes. Sólo en nuestra isla, Melchor es el Sabio Negro. En el resto del mundo es Baltasar. Tampoco sabemos de dónde provenían exactamente y aunque se menciona que eran de oriente, la mención ha sido asociada a que venían de lejos y no necesariamente de esa zona geográfica en particular.

Sin embargo, a mí me sigue asombrando la historia de que estos señores llegaron de tan lejos solo al reconocer que se estaba dando un evento único en nuestra historia. A ellos ningún ángel les avisó. Sólo la estrella de Belén fue su faro. El cielo nocturno en complicidad de un astro brillante los llevó a escenificar uno de los eventos más significativos de la cristiandad.

Ver que tras más de dos mil años aún sigue siendo ilusión en niños y no tan niños, me abriga de esperanza. De lejos les di la gracias por hacer feliz mi niñez, la de mis hijos y la de mis nietos. Soy dichoso. Llegué a Colonia desde el lejano oeste caribeño para enviarle a lo lejos, un beso del corazón a esos señores.